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miércoles, 16 de marzo de 2016

El vodevil parlamentario

Vivimos en un vodevil. Esa es la única conclusión que puedo sacar del fiasco de las sesiones de investidura. Dos semanas después, y dado que tras la segunda sesión todas las noticias sobre el tema parecen haber desaparecido, mi opinión es precisamente ésa: en la primera semana de febrero vimos una representación de teatro. No sé cuál era su finalidad, pero sí sé cuál no era: investir presidente del Gobierno.

Hay tantas cosas que no sé por dónde empezar, así que iré punto por punto.

Para empezar, el candidato. Pedro Sánchez y su apoyo parlamentario, Albert Rivera. 130 diputados, muy lejos de la mayoría absoluta. Pero es que tampoco estaban cerca de la mayoría relativa (más votos a favor que en contra) que exige la segunda votación de investidura, aun contando con el apoyo de la única diputada de Coalición Canaria. Para lograr la investidura en esta segunda vuelta tendría que haberse abstenido el PP: en ese caso la votación habría sido 131 a favor, 123 abstenciones y un máximo de 96 en contra. Pero el PP no se iba a abstener: Rajoy tiene muy claro que ha ganado las elecciones (luego volvemos sobre eso) y va a boicotear cualquier propuesta que no le deje a él de presidente.

La otra opción era que se hubiera abstenido la izquierda, computando dentro de este concepto a Podemos, las mareas, ERC, IU y Bildu. Pues bien: ni con todas esas abstenciones habría bastado. La suma de PP (123 escaños), DiL (8 escaños) y PNV (6 escaños) llega a 137, por lo que de todas formas habría habido menos votos a favor que en contra. Lograr además la abstención del PNV tampoco habría sido suficiente: en ese caso se habría producido un empate de 131 a favor, 131 en contra y 88 abstenciones. Habría que haber conseguido también la abstención de DiL, y ello parece imposible sin hablar de la independencia de Cataluña… un tema que Ciudadanos no está dispuesto a tocar.

Es decir, que el pacto de gobierno PSOE-Ciudadanos era imposible porque descansaba en la buena voluntad de, o bien el PP, o bien de todos los demás grupos de la Cámara salvo el PNV. Ni al PP, ni a la izquierda ni a los partidos nacionalistas de derechas les interesa apoyar un acuerdo que les manda a la oposición, que traiciona sus promesas y aspiraciones y que buena parte de la opinión pública ve como antinatural. Pedro Sánchez no tenía ni la más mínima posibilidad.

Entonces, cabe preguntarse, ¿por qué lo hizo? ¿Por qué lo intentó? Bueno, una opción es que creyera que iba a convencer al PP o a toda la izquierda + DiL de que se abstuvieran sin darles nada a cambio. En este caso es evidente que nos encontramos ante un político muy mediocre. Y me estoy resistiendo a llamarle imbécil porque no creo que lo sea: creo, simplemente, que es incapaz de asumir que las reglas del juego han cambiado.

Hemos pasado de un sistema político fuertemente bipartidista, donde como mucho hay que llegar a acuerdos con PNV o CiU, a un sistema muy fragmentado, con cuatro partidos repartiéndose el Congreso de los Diputados. Ya veremos si se trata de algo estable o de un momento de transición hacia otro modelo, pero de momento es lo que hay. Y Pedro Sánchez no lo entiende. Se ha educado toda su vida en un sistema en el que la política es fácil: se insulta al PP, se llega a acuerdos puntuales con quien convenga (con IU y ERC para los programas sociales, con PNV y CiU para presupuestos y otras leyes relevantes) y más o menos ya está. No parece capaz de adaptarse a unas reglas de juego donde las cosas son muy distintas.

Eso es lo que explica, creo, el acuerdo con Ciudadanos, que no tenía viso ninguno de prosperar. Un acuerdo de izquierdas, bueno es recordarlo, le habría dado de base 161 diputados, una alta probabilidad de que ERC y Bildu se abstuvieran o incluso votaran a favor y cierta flexibilidad a la hora de negociar con DiL. En definitiva, habría sido más viable. Pero no lo hizo y ahora sólo le queda el recurso a hablar de la pinza. La pinza es ese viejo recurso de los cargos del PSOE cuando tanto la derecha como la izquierda rechazan sus propuestas. Parecía que había quedado enterrada con Felipe González, pero Sánchez la ha vuelto a sacar.

En el otro lado las cosas no están mejor. Sánchez aún se ha adaptado algo. Rajoy, por el contrario, es un anciano cacique de provincias y jamás dejará de ser un anciano cacique de provincias. Tiene la misma flexibilidad que una barra de acero. Está ahí, en un rincón, sin entender que la evolución de la trama del vodevil político le ha convertido en un figurante y murmurando tonterías sobre los derechos de la lista más votada. ¡Ha ganado las elecciones, maldita sea! ¡Merece un segundo mandato!

Creo que es el único candidato a la Presidencia que aún no ha entendido que, en un sistema parlamentario, las elecciones no se “ganan”, sino que la elección del jefe de Gobierno depende de las combinaciones de la Cámara. Salvo que tengas mayoría absoluta, alzarte con la Presidencia requiere que negocies y establezcas alianzas, y eso es algo que este señor no sabe hacer. Además, bromas aparte, creo que Rajoy ya no está bien de la cabeza (quizás algo neurodegenerativo), y medidas como negarse a ir al debate electoral a 4 apoyan esta hipótesis. Si aceptara retirarse y cederle la jefatura del partido a Sáenz de Santamaría, su sucesora natural, las cosas serían de otra manera, pero eso no va a pasar.

Así que aquí estamos. Más de dos meses después de las elecciones, con declaraciones cruzadas y con una completa falta de entendimiento entre todos los partidos. Visto lo visto, no creo que con esta composición parlamentaria se logren acuerdos. Y la cosa es que los plazos ya corren. Desde el 2 de marzo, día de la primera votación, hay dos meses para alcanzar acuerdos. Si el 2 de mayo no se han logrado, se disuelve la Cámara y 54 días después (el 26 de junio, porque se celebra en domingo) se repiten las elecciones. Se arrojan de nuevo los dados y a ver lo que pasa.

Pero hay otra posibilidad: el fantasma de la gran coalición. Ese pacto entre los dos grandes partidos, ejemplo de sentido de estado y de responsabilidad política, para repartirse el pastel cuatro años más, aprobar algunas tímidas reformas y, sobre todo, impedir ser desbordados. Lo cierto es que PP y PSOE suman mayoría absoluta. ¿Es posible la gran coalición? Creo que Rajoy la desea y que Sánchez se puede dejar querer, al contrario que Iglesias (1). Pero también es cierto que Sánchez tiene que pensar en su posición en el partido, que no sería la misma si (pese a su nefasto resultado electoral) logra alzarse con la Presidencia del Gobierno que si se queda de vicepresidente en un pacto con Rajoy.

Creo que en este momento todo descansa sobre Sánchez. Tener acuerdo de Gobierno, sea con el PP o con los partidos de izquierda, o ir a elecciones y ver qué pasa. De momento sigue adelante la rueda de declaraciones, desplantes, propuestas y tonterías. ¡Adelante con el vodevil! El espectáculo debe continuar.






(1) Le traigo a colación porque PP + Podemos / mareas es un pacto que tiene también mayoría absoluta.



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