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lunes, 16 de marzo de 2015

Tecnofobia

Hoy vamos a hacer un experimento: ¿qué tal quedaría publicar a la vez dos entradas, escritas por personas diferentes, abordando aristas distintas del mismo tema? Pues vamos a averiguarlo: el tema es la tecnofobia y la persona que me acompaña en esta aventura es @Srta_Angus, cuyo artículo podéis encontrar aquí.

Pero, espera un momento... ¿qué clase de brujería es ésta? ¿Es que acaso @Srta_Angus y yo nos conocemos? ¿Somos amigos de toda la vida, vecinos, compañeros de estudios, colegas del trabajo? ¿Se nos ocurrió esta idea tomando un café, matando el rato en un pasillo, charlando en un ascensor, esperando en la cola del súper? Pues me temo que no: simplemente nos hemos seguido en Twitter desde hace un tiempo, se nos ocurrió en una conversación pública y llevamos meses hablando de ella por email, medio por el cual también nos intercambiamos relatos. Otra forma de comunicación sería más bien difícil, ya que ella y yo ni siquiera vivimos en la misma Comunidad Autónoma. No sé qué edad tiene, no sé en qué trabaja, no la he visto nunca.

Según la ideología tecnofóbica imperante @Srta_Angus y yo no somos, ni podremos ser nunca, amigos. Podremos estar años hablando diariamente, compartir intimidades y secretos y escribiendo juntos, que jamás lo seremos. Porque, para este pensamiento tan extendido, todo lo que se haga desde detrás de una pantalla es menos real que lo que se haga presencialmente. Las amistades no son de verdad, el amor no puede ni surgir, el acoso es brominchi (¡hola, GamerGate!) y el activismo político es de juguete.

Y yo me pregunto: ¿por qué? ¿Por qué, por ejemplo, las relaciones interpersonales hechas a través de una pantalla son mentira? No sé. Mi pareja vive en Cantabria. Una de mis mejores amigas es de Sevilla. Mi grupo de amigos de Madrid está compuesto por personas ocupadísimas. Tengo un buen montón de conocidos a los que veo ocasionalmente y con los que sin embargo hablo todos los días. Sin Internet, sin Skype y sin redes sociales no habría sido capaz de cimentar todas esas relaciones, muchas de las cuales no han empezado en la llamada “vida real”.

Lo pongo entre comillas porque Internet es parte de la vida real. Tratas con personas reales, sientes emociones reales, tienes interacciones reales. No es algo separado de tu experiencia vital: es una parte cada vez más importante de la misma. De hecho, puede ser incluso mejor que la mal llamada vida real. ¿Eres tímido? ¿Nadie de tu entorno tiene tus mismas aficiones o gustos? ¿Tu clase es para ti una jungla porque eres homosexual, tartamudo o débil? ¿No te cae bien nadie de tu trabajo? ¿Vives en un pueblo? Antes de la difusión generalizada de Internet te jodías y bailabas. Ahora no estás prisionero de tu entorno. ¿Por qué exactamente es algo bueno intentar integrarte entre personas que no te motivan y no lo es tratar de crecer con gente que comparte tus gustos e ideas, aunque vivan a medio mundo de distancia?

No voy a explicar detalladamente mi historia vital porque éste no es un blog autobiográfico, pero a mí me pasaba eso. Niño introvertido, con problemas de sociabilidad y que durante tres horribles cursos fue víctima de bullying, yo a clase iba por obligación. El descubrir que había foros en los que podía hablar de mis aficiones fue liberador: entre otras cosas me permitió soltar presión, ganar confianza en mí mismo y ser más sociable en mis relaciones presenciales. Posteriormente, Twitter me abrió un mundo de cosas interesantes, que van desde amigos, fiestas y risas hasta activismo.

Ah, sí. El activismo. El otro punto que tenía que tratar en mi entrada de hoy. Le pasa un poco lo mismo, ¿no? Todo el mundo sabe que tuitear, publicar en Facebook y escribir en blogs... pues a ver, está bien, sí, hazlo si quieres, pero tampoco es que sea De Verdad. El activismo De Verdad va a manifestaciones, huelgas, asambleas y sentadas. No es algo tan fácil como hacer un clic en tu móvil.

Esta afirmación, que se dice con la rotundidad de quien expresa una verdad absoluta y que se utiliza frecuentemente como argumento, no es más que una creencia. ¿Es que acaso está escrito en piedra, en la Biblia, en nuestro código genético? No, ¿verdad? ¿Y entonces? “Es que tuitear no es efectivo, no detiene nada”. Ya, y las manifestaciones masivas sí. Todos sabemos que después de las Marchas de la Dignidad el Gobierno paró los recortes, las reformas laborales y demás ataques a nuestra libertad. Vamos, al día siguiente.

Guste o no, el activismo online es tan válido como el presencial, aunque funcionan en ámbitos distintos y lo óptimo es que se coordinen. El activismo online vale para dos cosas. La primera es crear conciencia: los éxitos de la PAH no se habrían conseguido sin una inteligente campaña en redes para excitar la indignación moral ante el drama humanitario que suponen los desahucios. Dentro de esta creación de conciencia incluyo también el que la gente se informe de sus derechos o planee estrategias. En segundo lugar. el activismo online permite es dar voz a aquellas personas que por introversión, falta de tiempo o ausencia de formación no podrían intervenir en una asamblea que se celebrara en la plaza de su barrio. Por supuesto no es perfecto (entre otras cosas está muy abierto al trolleo y no todo el mundo tiene acceso) pero ¿qué herramienta humana lo es?

Así que sí, señores tecnófobos. Me temo que voy a seguir teniendo relaciones interpersonales por Internet, a disfrutar de ellas y a crecer gracias a ellas. Voy a seguir participando en activismos online y, cuando pueda, también en la calle. Por mucho que ustedes se empeñen en que nada de lo que hago es real yo sé que sí lo es. Y mucho.


viernes, 13 de marzo de 2015

Terry Pratchett

Mi ejemplar de Buenos presagios me mira acusador (1). Conseguí la firma de Gaiman en la última Feria del Libro. Recuerdo claramente que pensé que era maravilloso, que ya me faltaba menos para tener uno de mis libros favoritos firmado por los dos autores, a los cuales habría tenido el inmenso honor de estrechar la mano y de agradecer tantos buenos ratos. En mi cabeza no era tan difícil: un vuelo a Reino Unido y ya estaría.

Ahora ya no es posible.

Se nos ha ido sir Terence David John Pratchett, el Maestro, el Hombre del Sombrero. El hombre que me ha hecho llorar de risa en el transporte público. El hombre cuyas novelas me han consolado en momentos de amargura. El hombre cuyo sentido humano y profunda conciencia ética me eriza el vello de los brazos. Se ha ido pacíficamente, en su casa, con un gato durmiendo a sus pies, después de años de lucha tenaz contra el Alzheimer. En marzo, cuando están a punto de florecer las lilas.

Terry Pratchett apareció en mi vida cuando yo era muy pequeño. Alguien, probablemente un adulto que no me conocía mucho, me regaló por compromiso Ritos iguales cuando yo tenía igual 9 o 10 años. Me acuerdo de leerlo y de sentir que no le estaba sacando el jugo, que aquello se me escapaba. Años después, Sólo tú puedes salvar a la humanidad pasó también por delante de mis ojos sin pena ni gloria. Pero en 2º de la ESO cayeron en mis manos los tres libros de los gnomos... y todo cambió.

Cuando el mundo se hundía a mi alrededor, cuando los adultos que me rodeaban fallaban todos miserablemente en la tarea de darme cariño, apoyo y comprensión en plena adolescencia, cuando me sentía solo e incapaz de relacionarme, Pratchett fue mi refugio. Estaba el humor, claro. Pero también estaba la profunda condición ética que había detrás, las tenaces voluntades a la hora de hacer lo correcto que muestran personajes como Vimes, Yaya o la propia Muerte... a pesar de lo cual siguen siendo asombrosamente humanos, débiles y perdidos. Eso me daba esperanzas y fuerza, me mostraba que había algo más, me animaba.

A finales de 2013 murió mi padre. No le lloré: no significó ninguna pérdida en mi vida. Sucedió lo mismo cuando murieron dos de mis cuatro abuelos. Hoy he llorado a Terry Pratchett. Porque él ha hecho más por mi formación moral que cualquiera de las personas que deberían haber cumplido esa tarea. “Estamos aquí y esto es ahora”. Lo dijo Didáctilos en la biblioteca de Efebia, lo dijo Vimes en el pasado... y yo lo he usado para parar crisis de ansiedad. Tienes que centrarte en el trabajo que tienes delante.

Ha muerto Terry Pratchett, pero nos deja un mundo mejor. Quiero pensar que, después de leer una de sus novelas, todo el mundo sale un poquito más reflexivo, más empático, más sabio. Quizás es mucho pedir. En todo caso, no me lo quiero imaginar en un desierto, de la mano de la Muerte. Porque no hay un más allá, los dioses no existen. Om no va a venir a salvarnos ni detendrá in extremis ninguna batalla. No hay “otra vida” en la que podamos ser felices: tenemos que dedicar todos nuestros esfuerzos a serlo en esta.

Ya no habrá más novelas del Mundodisco. No leeremos nuevas aventuras de Vimes, Angua, Vetinari, Yaya, Zanahoria, Tata, Rincewind o Susan. Asumirlo es un duro golpe para el fan: el material que tenemos ahora es todo el que habrá. Pero no debemos llorar. No tenemos tiempo para hacerlo. Sir Terry Pratchett nos deja una tarea: sed buenos, dejad el mundo mejor de como lo encontrasteis, haced lo que debe hacerse y nunca tratéis a las personas como cosas porque ése es el primer pecado.

Podemos hacerlo.

Estamos aquí y esto es ahora.

La tortuga se mueve.







      (1) Es cierto, se supone que un libro no puede mirar, pero un baúl tampoco podía y el Equipaje se las arreglaba.

martes, 10 de marzo de 2015

Cuando no es el lechero: qué hacer si vienen a detenerte

Hoy han detenido a 19 personas, acusadas de un delito contra las instituciones del Estado por haber interrumpido, el pasado 17 de febrero, el Pleno del Ayuntamiento de Moratalaz con consignas antidesahucios. Se ha montado un operativo peliculero, con lecheras llegando a todas las casas a la vez y demás. Dejando aparte el hecho de que esta detención es puro autoritarismo (detener a alguien es una medida excepcional, que no tiene sentido si, como en este caso, se trata de personas que están perfectamente identificadas) me ha dado por pensar que en realidad hay un desconocimiento total de cómo enfrentarse ante un hecho tan anormal como es la Policía llamando a tu puerta para arrestarte.

Tu casa es tu castillo. El lugar donde tú vives está protegido por el derecho a la intimidad: eres tú quien decide, en todo momento, hasta qué punto lo abres. Entrar en casa de otra persona, aunque sea sin ningún objetivo ilícito, es por sí mismo delito de allanamiento de morada. Esto se aplica a cualquier persona, incluso al dueño de la vivienda: si estás de alquiler, tu casero no puede entrar en el piso por mucho que éste sea de su propiedad, porque lo que se protege aquí es tu intimidad. Y, por supuesto, se aplica a la fuerza pública.

La Policía sólo puede entrar en tu casa en dos supuestos: delito flagrante (es decir, que lo estés cometiendo en ese momento desde la vivienda o te hayas metido en ella mientras eras perseguido) u orden judicial. En cualquier otro caso los policías son como los vampiros: sólo pueden entrar si tú se lo permites. Y, como los vampiros, tienes que tener clara una cosa: por muchos argumentos que empleen para convencerte no son tus amigos, no buscan tu bien y no quieren ayudarte. Si están tocando a tu puerta para detenerte tienes que protegerte como sea. ¿Cómo? Pues aquí van unos consejos, pensados para un caso como el de hoy, de delito no flagrante.

      1.- Si se presentan por las buenas pidiendo entrar, no se les abre la puerta. Si estás en cualquier clase de activismo (lo cual, hoy en día, significa estar en riesgo) conviene que dediques unos minutos a hablar con las personas con las que convives. Infórmales de sus derechos y pídeles por favor que no abran la puerta. Esto es importante: aunque en principio para que un tercero pueda entrar en una morada ajena es necesario el consentimiento de todos los habitantes, si algunos consienten y otros no la casuística es amplia. El Tribunal Constitucional ha afirmado, por ejemplo, que se puede entender que hay un pacto tácito por el cual todos los moradores toleran las entradas consentidas por los demás salvo casos de contraposición de intereses. Así que mejor que todos estén de acuerdo en este punto.

      2.- Si afirman que tienen orden judicial, se les pide que la enseñen. Se les puede por ejemplo abrir sólo la puerta con la cadena, o incluso abrirla por completo dejando claro, antes de abrir, que no se les permite pasar. Si te va a dar tranquilidad, graba la escena con el móvil sin decírselo. Revisa la orden judicial, verifica que es un mandamiento de entrada y registro y que se dicta contra ti. Si todo está en regla, no te va a quedar otra que ser detenido. En otro caso, devuélveselo y ciérrales la puerta.

      3.- Si no estás en tu casa: si estás en casa ajena, habla con la persona que te aloja sobre el punto 1. No eres morador y no puedes ejercer los derechos que le corresponden a éste.

      4.- Si vives en un edificio okupado, no hay grandes cambios. La okupación es un delito (usurpación) pero si ya ha cristalizado en una situación más o menos prolongada, la Policía no puede decidir unilateralmente que eso no es un domicilio y entrar para buscar a nadie.

      5.- Si eres menor de edad: tampoco hay grandes cambios. En general un menor de edad puede ejercer los derechos fundamentales que esté naturalmente capacitado para comprender, y desde luego si eres capaz de ir a manifestaciones y formar una conciencia política eres capaz de ejercer la inviolabilidad del domicilio. Según la LO de Protección Jurídica del Menor (artículo 9) tienes derecho a ser oído en cualquier procedimiento que te afecte.

      6.- Si al final te detienen: recuerda que como detenido tienes una serie de derechos. Darían para otra entrada, pero entre ellos se cuenta el de no estar privado de libertad más tiempo del necesario (y nunca más de 72 horas), al apoyo de un abogado, a la asistencia médica... De todas formas sobre esto no voy a insistir porque la casuística de malas prácticas y torturas que se han denunciado en las comisarías de toda España es muy amplia.

      7.- En todos los casos: sé cortés. No entres en juicios valorativos sobre la actividad policial, no discutas con ellos, no les insultes. No les des pie a que consideren, por ejemplo, que has cometido un delito de amenazas o calumnias, que en ese caso sería flagrante y les facultaría para entrar. Limítate a exigir tus derechos con voz tranquila y a negarte a abrir la puerta si no hay orden. Puede que te amenacen, que te digan que te van a acusar de desobediencia o de resistencia o que te van a aplicar la Ley Mordaza: ellos saben que no pueden hacerlo, que no abrirles la puerta entra dentro de tus derechos fundamentales. Por si acaso, documenta en lo posible toda la situación, con el móvil o con testigos.

Y eso es todo, más o menos. Recuerda siempre que, si vienen a tu casa, los policías, como los vampiros, son tus enemigos. Y, como los vampiros, tienen que quedarse fuera.


[ADDENDA: ¿Y todo esto para qué? Añadido el 10/03/2015 a las 23:58]: Una cosa que se me ha olvidado decir, y que creo que puede ser objeto de una duda legítima más allá de las preguntas capciosas de los trolls, es para qué vale todo esto. Bueno, esto vale sobre todo para ganar tiempo. Unas horas durante las cuales puedes llamar a un abogado y presentarte con él en la comisaría que te convenga para que allí realicen las diligencias que tengan que realizarse. Poner en orden tus asuntos y prepararte para unas horas de privación de libertad, que lo mismo ni se producen. Que no es ni de lejos lo mismo que acabar en una celda sin terminar de desayunar.

[ADDENDA 2 (añadido el 11/03/2015 a las 17:24)] Como Menéame es un medio que me da asco sincero y como no tengo ganas de aguantar gilipolleces, los comentarios de esta entrada quedan cerrados hasta dentro de unas horas que se caiga de portada.



lunes, 9 de marzo de 2015

Mario García Montealegre

Mario García Montealegre es una joya. Toledano de bien, estudió ADE en Madrid y trabaja en la empresa de papá. Su familia le quiere y le arropa en los momentos difíciles. Tiene pasta para viajar y para mantener un nivel de vida obviamente alto. Así que, ¿qué es lo que le llevó la semana pasada a agredir sin provocación previa a una mujer que paseaba por Barcelona de noche, mientras un amigo lo filmaba entre risas, y a difundir luego la grabación? Cuando los medios de comunicación hicieron esa pregunta su padre respondió que el alcohol: agredir a una mujer es algo que podría hacer “cualquiera que se tome dos copas de más”.

El problema es que Mario García Montealegre es reincidente. Ayer se supo que en verano de 2013 hizo lo mismo en Benidorm. En la misma noticia uno de sus amigos (el que filmó la agresión de Barcelona) declara que “Mario hace habitualmente este tipo de bromas para hacer gracia y siempre lo grabamos para verlo después entre amigos”. Creo, señor padre de Mario, que la excusa de las dos copas se cae por su propio peso. Su hijo, cuando va borracho por la noche, tiene la costumbre de atacar a mujeres mediante patadas en el tobillo. A mujeres. No a porteros de discoteca. No a grupos de tíos. No a barrenderos ni basureros. No. A mujeres.

Porque lo que permite que Mario García Montealegre haga lo que hace no es el alcohol. Es la impunidad.

Ayer fue el Día Internacional de la Mujer. En todo el mundo se oyó la voz de millones de mujeres pidiéndonos a los varones que, por favor, si no es mucha molestia y ya que nos ponemos, a ver si podríamos dejar de matarlas, agredirlas, silenciarlas, condenarlas a roles de cuidadora y preterirlas en general. Pidiendo, en definitiva, el fin de la impunidad y de la estructura social que la sustenta.

Y yo no puedo evitar pensar en Mario García Montealegre, en los miles de Marios que hay por el mundo que consideran un entretenimiento válido agredir a los que son más débiles que ellos (mujeres, personas LGTB+, gente que trabaja en puestos precarios y de cara al público) y no pueden defenderse. Estos Marios no son necesariamente pijos castellanomanchegos, ojo con las simplificaciones absurdas. Todos llevamos a un Mario dentro, más o menos a flor de piel según nuestras circunstancias vitales. Puede que nunca nadie nos haya dicho expresamente que es divertido pegar a mujeres (el lloroso padre de Mario seguro que no lo hizo), pero vivimos en un mundo donde las preferencias, necesidades, deseos y dignidad de éstas no importan.

Mario García Montealegre es el epítome de lo que pasa cuando dejamos que toda la mierda machista que ha sedimentado durante años en nuestros patrones de conducta guíe nuestro comportamiento. Si los hombres no nos rebelamos contra eso y no empezamos a desaprender muchas cosas cualquier día podemos encontrarnos pateando viandantes porque es gracioso. “¡Yo nunca haría eso!”, pensarás, y probablemente con razón. Pero Mario tampoco empezó atacando a mujeres. Es sólo un paso más en una escalera que tiene los peldaños tan juntos que se parece demasiado a una pendiente. Agredir a chicas porque sí es horrible e impensable, pero ¿lo es decirles un piropo baboso? Y, una vez que has aceptado eso, ¿lo es seguirlas en manada? Y así sucesivamente.

Así que, en este día post-8M, quiero hablar para otros hombres. Escuchad a las compañeras, analizad vuestros actos y vuestros pensamientos para entender qué no debería estar ahí y dejad de hacer todo lo que no proceda. Luego, si podéis, llevad este tema a los lugares donde la voz de las mujeres queda silenciada, sin apropiároslo pero defendiéndolo con firmeza. No será sencillo pero, como dijo un gran filósofo, a veces hay que elegir entre lo que es fácil y lo que es correcto.

¿Y Mario García Montealegre? Él bien, gracias. Sí, le han detenido y le van a juzgar por una falta, o como mucho por un delito cuya pena quedará suspendida. Su nombre sale en todos los diarios, pero teniendo la empresa de papá como base puede que no necesite nunca buscar trabajo. Dentro de tres años podrá decir “entonces yo era un cretino” con la seguridad de que será creído. Para él esto no va a ir más allá de un susto por la detención y una anécdota que contar en el bar. Impunidad, impunidad e impunidad.

Tenemos que acabar con ella.



viernes, 6 de marzo de 2015

No, el PP no está imputado

El juicio por el caso Gürtel sigue adelante, aproximándose ya a su final. Ruz ha terminado de instruir el caso (es decir, de investigarlo) y ha mandado abrir juicio oral contra 39 personas. ¿Qué queda ahora? Que las acusaciones (la Fiscalía Anticorrupción y las particulares que pueda haber) presenten sus escritos, que las defensas hagan lo mismo y que, por fin, se les juzgue. Parece que este año tendremos la sentencia.

En estos días va a ser muy común leer que el PP debería disolverse porque “está imputado”. Efectivamente, el juez Ruz ha mandado abrir juicio oral contra la organización (imponiéndole de paso una fianza importante), que va a tener que defenderse cuando la Fiscalía Anticorrupción se refiera a ella en su escrito de acusación. Sin embargo, y aunque no dejo de estar de acuerdo con la primera parte de la frase (el PP debería disolverse), la segunda es radicalmente falsa: el PP, como organización, no ha sido imputado. Al PP, como a Ana Mato, se le ha considerado “partícipe a título lucrativo” o “receptador civil”, dos términos que suenan mucho peores de lo que luego son.
Cuando alguien es imputado (y, posteriormente, acusado) quiere decir que hay indicios fundados de que ha cometido un delito y por tanto se decide investigarle y, si procede, juzgarle. Si el juicio termina con condena, esa persona debería cumplir su pena (responsabilidad penal) y, además, resarcir o indemnizar los daños que se hubieran producido (responsabilidad civil). En caso de delitos con dinero público, esta responsabilidad civil implica devolver todo lo que se ha robado.

La cuestión es que es posible que haya personas que sean consideradas responsables civiles de un delito sin ser responsables penales del mismo. Así, los padres pueden verse obligados a pagar la responsabilidad civil de los delitos cometidos por sus hijos, en los cuales ellos no tienen nada que ver. Pues bien: la figura de “partícipe a título lucrativo” se mueve en esta esfera. Se trata de alguien que ha recibido sin contraprestación (es decir, mediante regalos o herencia) bienes que proceden de un delito pero sin conocer dicho origen, ya que si lo conociera estaríamos ante un delito de receptación. Por eso, esta figura excluye una eventual condena penal: desde el primer momento presupone que el partícipe a título lucrativo no cometió ningún delito, sólo se lucró con los efectos de uno sin saberlo. Esto implica que no se le impone ninguna pena pero que debe devolver lo que ha recibido ilegalmente.

Ahora bien, vayamos más allá: ¿podía Ruz hacer otra cosa? Si hubiera querido, ¿podría haber imputado al PP (no a las personas que lo componen, no: a la organización)? Pues la respuesta es no. Voy a explicarlo.

Tradicionalmente las personas jurídicas (asociaciones, empresas, partidos políticos) no podían ser imputadas. Se atendía a un modelo de imputabilidad que se basaba en las características psicológicas de la persona humana: sólo un ser humano podía tener el dolo necesario para cometer un delito. Las organizaciones a través de las cuales operara este ser humano serían, en todo caso, herramientas del delito o responsables civiles de alguna clase.

En 2010 cambia la cosa. Se incorpora el artículo 31 bis al Código Penal, que permite imputar delitos (y condenarlas por ellos) a las personas jurídicas. Sin embargo, aun entonces el PP era intocable, porque la norma excluía a partidos políticos y sindicatos. Esta exclusión carecía de sentido y, por ello, tres años después fue eliminada. Desde 2013 los partidos políticos pueden ser imputados y condenados.

Pero eso no se aplica a la trama Gürtel. ¿Por qué? Muy simple: porque los hechos de la misma suceden entre 1999 y 2005, cuando las personas jurídicas eran inimputables. Y una regla básica del Derecho penal es que no se pueden aplicar normas sancionadoras retroactivamente, salvo que beneficien al interesado. O, en otras palabras, que si en 2013 el legislador decide que los partidos políticos son imputables, eso no se aplica a hechos cometidos en 2005 como tarde. Además, la imputabilidad de las personas jurídicas no está prevista para todos los delitos: sí lo está para la receptación y el blanqueo de capitales, pero no para el cohecho o el tráfico de influencias, por ejemplo.

Así que no: el PP no está imputado ni puede estarlo. Ruz le ha implicado en la trama al máximo nivel en que podía hacerlo: como responsable civil a título lucrativo. No podrá ser condenado, pero va a tener que devolver todo lo que recibió injustamente. Esperemos que eso deje su contabilidad tan temblando que no pueda continuar con sus actividades políticas, de tal forma que sus miembros entreguen las actas de diputado y se rindan.




miércoles, 4 de marzo de 2015

Ciencia ficción como exploración

Hace poco leí, casi seguidas, dos novelas de ciencia ficción: El jugador, de Banks, y La mano izquierda de la oscuridad, de LeGuin. Precisamente por eso, por la proximidad, no pude evitar compararlas. Se trata de historias en principio muy diferentes por el mundo que describen, por la identidad del protagonista, por los elementos en que se centra, por el nivel tecnológico presente... y a las que sin embargo les encontré un tema común.

En El jugador el protagonista pertenece a un inmenso conglomerado humano llamado La Cultura. En La Cultura las identidades son fluidas: humanos y máquinas conviven en paz, no hay problema con la homosexualidad o la promiscuidad y es posible operarse para tener los genitales que se desee en cualquier momento. Por una serie de circunstancias un habitante de La Cultura acaba en un el imperio de Azad, un planeta con una rígida estratificación sexual: hay hembras, machos y ápices, el sexo dominante, que prácticamente esclaviza a los otros dos. La sociedad es violenta, con grandes desigualdades sociales y expansionista. Los ápices de clase alta disfrutan viendo vídeos de violencia sexual y de torturas contra y entre hembras, machos e incluso (creo recordar) ápices de clase baja.

En La mano izquierda de la oscuridad la situación es la inversa. El protagonista también pertenece a una cultura intergaláctica (el Ecumen, que en la novela no es descrito) pero el planeta contactado, Gueden, es muy distinto: sus habitantes son andróginos la mayor parte del año. Sólo durante unos pocos días al mes su cuerpo se transforma en el de un macho o en el de una hembra y entonces siente deseo sexual. Un guedeniano no sabe en qué se va a transformar hasta que termina la transformación. En consecuencia los guedenianos no tienen género y no perciben que haya una diferencia radical entre uno mismo y los demás. La sociedad es en general pacífica y no hay grandes identidades excluyentes como nacionalismo o religiones mayoritarias.

Las sociedades contactadas en ambas novelas parecen opuestas, casi como si Banks hubiera tenido la idea para su novela leyendo el libro de LeGuin y pensando en hacer justo lo contrario. Pero lo que me resulta curioso es lo que se esboza en ambas novelas (más definido en La mano izquierda... que en la otra): la sociedad es tanto más violenta, represiva y discriminatoria cuanto más rígidos son los roles de género asignados.

Efectivamente, tanto La Cultura de la primera novela como el Gueden de la segunda son sociedades bastante tranquilas: en la primera no hay motivos para iniciar un conflicto, puesto que todo el mundo puede ser quien quiere ser, algo que se refleja hasta en su idioma. En la segunda sólo hay violencia a pequeña escala, por recursos materiales y nunca apoyada en identidades excluyentes. En ambos casos la causa es la ausencia de roles de género definidos, en La Cultura por estar el sexo biológico bajo el control del sujeto y en Gueden por no existir salvo unos pocos días al año y ser aleatorio. Sin embargo, el ambiente opresivo que impera en Azad, un Estado totalitario, se basa en una jerarquía de géneros rígida que desemboca en una sociedad que tiene forma de pirámide, con el emperador en la cúspide.

Sólo en la novela de LeGuin se plantea de forma explícita que ambas magnitudes (rigidez de los roles de género y nivel de violencia y represión social) estén correlacionados: en la obra de Banks no es así. Aun así, resulta llamativo que cuando alguien quiere caracterizar una sociedad conflictiva y desagradable lo primero que le venga a la cabeza sea una completa estratificación de sexos. Y, según me dijeron cuando comenté el tema, no es una asociación descabellada: al parecer, los estudios sobre masculinidades prueban que la rigidez en roles de género es uno de los factores que permiten predecir violencia social.

En realidad tiene bastante sentido. Los roles sociales no son más que las expectativas que tiene la sociedad sobre cómo debemos comportarnos, sobre qué esperan los demás de nosotros y sobre qué debemos esperar de los demás. Los de género, por ejemplo, nos dicen qué es un hombre (cómo debe comportarse, qué cosas debe hacer) y, por oposición, qué es una mujer. Nos permiten tomar decisiones rápidas, y también categorizar a la gente y reaccionar contra la categoría en vez de contra la persona. Incluyen y excluyen: nos facultan para enseñarle a la prole que hay cosas que un hombre o una mujer “de verdad” no hacen.

Si los roles son fluidos (como en La Cultura) o no existen (como en Gueden) estos mecanismos no funcionan: de repente no tienes ninguna expectativa sobre el comportamiento ajeno. Estás mucho más perdido: tienes que preguntar, tratar con las individualidades, ser empático. No puedes tener prejuicios porque no tienes base para ello. Tampoco puedes ampararte en una colectividad trascendente, porque no existen. Ves más claramente que tú eres un individuo, perdido en la vida pero también completo. LeGuin insiste mucho en que los guedenianos se saben seres completos.

Sin embargo, si son rígidos (como en Azad), los mecanismos que he mencionado se dan en toda su plenitud y permiten construir una sociedad basada en una cascada de discriminaciones que se sustentan en creencias sobre cómo son las personas. Un entorno violento, donde se reacciona con brutalidad a algo tan natural y humano como es salirse de los rígidos roles donde nos han encorsetado desde el nacimiento. Porque alguien libre es alguien que asusta a quien no lo es, ya que si resulta que es feliz y vive una vida plena... ¿en qué lugar quedo yo, agobiado por mil exigencias que en realidad ni me van ni me vienen?

Una de las razones por las que me encanta la ciencia ficción es precisamente por esto: porque permite imaginar mundos muy distintos, con premisas de partida impensables o irreales. Pero hasta la especulación más audaz tiene que mantener un pie en la tierra si quiere ser verosímil y, por tanto, entretenida. Hay reglas lógicas que no pueden ignorarse: la rigidez con la que tratemos los roles sociales, específicamente los de género, determinará si podemos construir una utopía... o nos quedaremos para siempre en esta eterna distopía.