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miércoles, 11 de junio de 2014

El control del debate: abdicación y continuidad

Si un extranjero que no sabe nada de política española llegara aquí y viera las intervenciones de hoy en el Congreso, sacaría conclusiones muy equivocadas. Me explico: si tú llegas a otro país y ves que en el Parlamento no cesan de debatir sobre la conveniencia de la monarquía, que un diputado acusa a otro de haber intentado asesinar al rey, que en Twitter se insulta a un partido supuestamente republicano por haber votado “sí” y que los diputados de izquierda republicana están votando “no”… ¿en qué crees que consiste la moción? Porque yo creería que, como mínimo, se está votando si mantener la monarquía ante una propuesta de modificar la Constitución para suprimirla.

Efectivamente, de forma subrepticia el debate sobre la Ley Orgánica de Abdicación (una norma corta, con un solo artículo, que realmente no requiere ninguna discusión) se ha transformado en un debate sobre la continuidad de la monarquía. Hoy no se ha hablado de los posibles efectos de que la ley no sea aprobada, del estatuto jurídico del futuro exrey, de la conveniencia de tramitar la sucesión tan rápido o de la necesidad de abolir la primacía del varón sobre la mujer, temas todos ellos apropiados para lo que se discutía. No: se ha hablado de responsabilidad institucional para apoyar la monarquía, de la legitimidad de la misma (“ni el padre, ni el hijo ni el espíritu de Franco que anida en los dos”), de la necesidad de convocar un referéndum y de otras cosas igualmente ajenas al objeto del debate.

Esto me parece muy relevante. El Congreso de los Diputados ha sido hoy testigo de cómo todos los actores políticos admitían de forma tácita la siguiente realidad: en la calle, en las encuestas y en los propios partidos la monarquía está siendo sometida a un cuestionamiento inédito hasta la fecha. Los partidos que la rechazan la han atacado, como era de esperar, pero lo importante es que quienes la defienden, en vez de intentar centrar el debate en la Ley de Abdicación, han salido al paso de las críticas. Nadie ha fingido que todo va bien y que el rechazo a la monarquía es minoritario. ¿Esto habría pasado hace cinco años? Porque yo tengo la sensación de que las palabras de los diputados de IU y Amaiur habrían pasado sin pena ni gloria, sin que nadie las contestara ni les hiciera caso entre tantos discursos complacientes sobre el papel del rey el 23-F o lo preparado que está Felipe.

La abdicación de Juan Carlos ha acelerado las cosas porque, sin la excusa del juancarlismo, muchos (como PSOE o CiU) tienen que destapar sus cartas. Hoy hemos asistido en España a lo que quizás haya sido la primera discusión parlamentaria sobre la conveniencia de la monarquía. Considero que esto es mucho más importante de lo que se está haciendo ver, y pienso así por dos razones. En primer lugar, porque demuestra que el debate público siempre se abre paso hacia las instituciones. No puedo evitar que esto me recuerde a las elecciones municipales de 1931, que se convirtieron, por acuerdo tácito de todos los actores políticos, en un plebiscito sobre la continuidad del régimen.

La segunda razón tiene que ver con el control del debate. Una de las facultades del poder, y no de las menos importantes, es la de poder controlar de qué se habla: la capacidad de poner y quitar temas del mantel es, qué duda cabe, vital. Y de repente esa capacidad parece haberse visto superada. Pese a los intentos de lavado de cara y de construir hagiografías del rey saliente y del entrante (resulta especialmente ridículo éste de ABC), ya no se puede ocultar que la monarquía, como todas las instituciones, está en el punto de mira de mucha gente. Los safaris del rey, las declaraciones homófobas de la reina, las corruptelas del yerno, el baile judicial para lograr imputar a la infanta… todo eso pasa factura, y la gente ya no se traga lo de la sucesión ordenada.

La espontánea concentración del pasado lunes 2 en las plazas de cincuenta ciudades españolas y la transformación de un trámite parlamentario inocuo en un debate sobre monarquía o república son ejemplos de esto que digo. El sistema se descompone y, antes de que logre recomponerse, tenemos abierta una ventana de oportunidad para terminar de echarlo abajo.

A ver si sabemos aprovecharla.

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